miércoles, 5 de enero de 2011

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Vino. Nació de mí. Empujaba con una fuerza imparable, desconocida, la fuerza de la naturaleza arrolladora que me abría, sin que yo pudiera hacer nada aparte de sorprenderme y entregarme. Lo más impresionante del parto es esa fuerza con la que el bebé nace, y la madre dejándose hacer, entre miedos, dolores, certezas. Yo sólo sabía que ella iba a nacer hiciera lo que hiciera yo. “Va a nacer igual” les decía yo a la médico y la matrona que me instaban a empujar, porque sentía como ella empujaba y yo sólo tenía que acompañarla en su movimiento implacable.


Luego la ves salir y durante fracciones de segundo no se mueve, el tiempo se congela, el padre y la madre miran expectantes…hasta que escupe y respira. Respira, está bien! Todo es alegría entonces. Si no te la entregan la angustia es infinita, la espera se hace eterna aunque sean sólo dos minutos, ya llevas nueve meses esperando y el último mes fue larguísimo!

Por fín la pusieron sobre mí y estuvimos juntas dos horas. Estas en cambio, pasaron volando, como si fueran los mismos dos minutos de antes. En esas dos horas reptó por mi cuerpo empujándose con sus pies diminutos hacia mi pecho, buscando alimento, calor, buscándome a mí, a mí, su madre. En una media hora o menos estaba mamando, re-encontrándonos la una con la otra fuera de mi barriga. En el nuevo mundo, nuevo para las dos, pues el mio ya es otro que no tiene nada que ver con el anterior.

Tras muchas visitas de médicos, enfermeras, familiares, amigos y allegados, estamos en casa adaptándonos a esta nueva vida. Dormir a ratos, dar de mamar, consolar llantos, cambiar pañales, y luis lavar ropa, cocinar, subir leña y preocuparse por nosotras, por si tenemos frio, sed o hambre, cada pequeño detalle atendido.

Hay muchas horas que pasan como si no existieran, entre dar la teta, duerme cinco minutos, se despierta y más teta. Mañanas enteras o tardes, sobre todo tardes, que no me deja apenas hacer pis, donde ella es lo único importante. Suena el móvil cada poco y no lo cojo, ya iré llamando yo a la gente cuando pueda. Una mano para ella y la otra para el móvil es demasiada atadura, además a veces ella reclama las dos manos y se hace imposible.

Se agradecen las atenciones, las visitas, las llamadas, los regalos, pero quizás llega todo demasiado junto y demasiado pronto, a lo mejor dentro de un mes se agradecerían más aún, pues ahora estamos todavía adaptándonos a la nueva vida y aún cansados de tantas emociones y tantos cambios.

La vida sigue, como siempre, y ruge y corre, como decía aquella pegatina que no recuerdo de dónde salió. Las puertas nuevas se abren a sorpresas siempre inesperadas y los humanos nos adaptamos a los cambios con alegría, al menos yo. También con sufrimientos, claro está, pero de ellos disfruto porque ya los reconozco como signos de que estoy viva. Estamos vivas.

2 comentarios:

hacefalta dijo...

Preciosas palabras, Laura, y qué rica la cría. Parece muy despiertina. Me alegro un montonazo por vosotros.
En efecto, la vida corre y vuela, se abre paso entre castañares y ocálitos, y se viste de gala con las puntillas de las olas en la arena.
Bienvenida Nora. Lucharemos por hacerte una tierra más justa y menos árida.
Besos.

Lukosh dijo...

Espero que todo vaya sobre ruedas y vuestra adaptación a la nueva vida sea agradable y la disfrutéis.
¡Besinis!