Ya que hablamos de la montaña asturiana, o de la montaña, os pego este texto sobre las creencias religiosas relacionadas con ellas. En Va.l.le, la capilla del Breu, es ahora un galllinero. Parece una cuadra pequeña, al lado de otra cuadra más grande, y está situada en un saliente suave y redondeado que en su parte superior es llano. Es en realidad la zona en la que la montaña muestra su movimiento, pues se crea al deslizarse hacia abajo poco a poco. Está justo en el centro, alineada con el pico y con la canal formada por antiguos desprendimientos. No me resulta fácil describirlo con palabras, mejor una foto, pero ahora no sé si la tengo, por eso me esfuerzo.
Desde que llegué a vivir al .l.lugar me llamó la atención la situación de estas cuadras, al principio sin yo saber que la pequeña era la antigua capilla. Después de enterarme que tenía un origen religioso llegué a tener la certeza en mi propia teoría de que aquel había sido siempre un lugar para la adoración a la montaña. Desde un tiempo en adelante, me dijo Manolo, porque antes vivían en las zonas más altas y sus ritos también se daban allí. De hecho, no hay más que subir para encontrar vestigios, la pena mi ignorancia, que no sé distinguir muy bien una cosa de otra. Pero sé que al menos hay un dolmen y varios restos de corros. La montaña en sí, tiene cara de sonrisa a veces algo maligna, sobre todo nevada y al anochecer. Sin nieve parece más simpática...Pero es sin duda una montaña atractiva, de peculiar perfil, con pinta de mujerona poderosa, de guardiana de la zona. A la vez amenazadora porque cuentan que un alud destruyó el pueblo y hubo que trasladarlo a su actual ubicación, más protegida pero menos soliyera. Por alguna razón que el tiempo fue diluyendo hasta desaparecer, los habitantes de Va.l.le la hicieron enfadar, y ella destruyó sus casas. Ahora, allí, sólo queda la pequeña capilla convertida en gallinero para recordarnos que antes tenían miedo y también fe. Que la naturaleza regía la vida de las personas en todos sus aspectos, y ellos, temerosos, le rendían culto.
Prometo pegar la foto en cuanto pueda.
(Extracto del artículo"Toponimia y poder religioso", Julio Concepción Suárez, publicado en la Revista Lucus, nº 3 (pp. 41-64),
Oviedo 2002)
Y el control de la esperanza: el mito, las leyendas, las ayalgas, los tesoros..., para seguir viviendo
En otras ocasiones, la toponimia está tejida de nombres mitológicos levantados para mirar desde ellos al cielo también. Como dice Miguel Delibes del cielo mesetario:
“Si el cielo de Castilla es tan alto,
es porque lo levantaron los campesinos
de tanto mirarlo”.
Los nativos, los lugareños fueron levantando en el tiempo numerosos lu-gares desde los que poder mirar su cielo también, por inaccesible y lejano que resultara en cada entorno concreto, siempre más o menos hostil. Mu-chos lugares llamados La Chalga, L’Ayalga, El Cochéu l’Oro, La Cueva l’Oro... mantuvieron hasta estos mismos días numerosas leyendas de mi-nas de oro y tesoros escondidos, en muchos casos reales; pero en los más, sólo el deseo más o menos frustrado de mantener la fe, la esperanza, la ilusión..., por encontrar un más allá aquí mismo en la tierra que nos saque de los trabajos diarios, de las faenas agrícolas, los escasos productos de la tierra.
En fin: el poder religioso reconvertido desde tiempo inmemorial
Muchos parajes llevan nombres religiosos, como se dijo (el río De-va, Xuviles, Piedra Xuevas...). En buena parte son nombres de divinidades prerromanas. La misma palabra dios se considera indoeuropea:*di‘us; sánscrito *dy~us; griego Zeús; latín arcaico, Diovis; latín Iovis. Y solía acompañarse de la voz indoeuropea *p~ter: di‘us p~ter, tal vez la personi-ficación del cielo, la bóveda celeste, como padre de todos los dioses; los fenómenos atmosféricos que en ella nacen.
Es evidente el caso de Bendueños, de raíz indoeuropea, según pare-ce: ya el mismo dios Vindos (‘el dios blanco, el sol’), sería pronto contra-rrestado con la presencia en el altos (justo sobre Bendueños) de Xuviles (las peñas Iuviles): la peña que atrae todos los rayos de la zona. De modo que si Vindos protegía de las enfermedades, Xuviles protegía de los rayos.
Y se fueron levantando santuarios cristianos. En el mismo entorno lenense, el dios Vindos pronto se transformaría en Vindos dominus (‘el se-ñor dios’). Y enseguida se hubo de cristianizar con una santa para que no hubiera ambigüedad posible: Santa María de Bendueños, santuario actual con una larga tradición de romeros, peregrinos, camín francés, novenas...
El mismo paraje del Santuario de Bendueños supone un dato más: al lado de la iglesia (protegida hoy con pararrayos) están La Martina y La Martinona: un par de fincas justo sobre un rellano en el que se recuerdan rayos hasta la instalación del pararrayos. Un posible caso más del culto a Marte: caso de Chao San Martín, Val Martín, Chamartín, Yana Martín...
Y al mismo tiempo contrarrrestaba en el valle del Güerna la presencia del otros dios prerromano de los rayos en el valle del Payares: La Pe-nasca Tárano. El dios Júpiter pronto se generalizó por estas montañas: Piedra Xueves (Teverga), Yuviles (Ponga), Xarraxuvín (Lluarca), Montevil (Xixón), El Sueve, Sobia, Gioves, Llue... Todos están en lugares altos.
Conclusiones: siempre los dioses cristianos tras los dioses pre-romanos
En principio, los dioses parecen sucesivos en el tiempo. Taraños-dios, de raigambre indoeuropea (‘el dios del trueno’), está junto a Juñéu (tal vez, del adjetivo Iunius, a través de *Iunietum, lo mismo que el mes de Xunio), como se dijo. Un picacho dedicado a Juno, esposa de Júpiter, dio-sa por tanto del cielo y de la tierra.
Dicen los pastores de Gamonéu que la collada de Tarañosdios es muy castigada por los rayos y las tormentas, lo mismo que la zona de Ju-ñéu, Coriscada, Carreazas... Todos ellos bajo El Mirador de la Reina ac-tual. Tarañosdios, indoeuropeo; Juñéu, céltico. Y se fue asentando La Virgen de Covadonga sobre las aguas de la cueva: el río que sacralizó la diosa Deva.
En otras ocasiones, aparece ya el dios cristiano frente a uno pre-rromano anterior. Parece el caso de Braña Dios, bajo El Picu Valmartín. Y es que Valmartín es la zona alta del cordal, muy castigada por los rayos en el decir de los vaqueros. Si el dios Marte protegía de los rayos en el pica cho cimero, la peña de Braña Dios, protegía también a los vaqueros unos metros más abajo en aquella campa cimera de Braña Foz (sobre Rubayer).
El enfrentamiento, aunque de otro tipo, se da sobre las profundida-des calizas del río Güerna, bajo Tuíza: frente al Seltu’l Diablo está La Pe-nasca Valdediós, con una larga tradición de aparciones de seres mitológi-cos en una y otra ribera del río.
En otro aspecto, El Campu’l Dios, sobre los abismos de Peña Rua-na, debía ser invocado como el lugar seguro de la mayada, del que los ga-nados no debían rebasar si no querían verse despeñados en Matadoriu: el precipicio que se descuelga sobre los abismos del Casañu. O frente a los altos de tarañosdios y Juñéu.
Hasta el turismo actual: la procesión a Los Picos de Europa, para contemplar los “altares” de Peña Santa
Hoy mismo se lee en la prensa que en las últimas vacaciones de Semana Santa 14000 visitantes colapsaron los lagos Enol y Ercina, sólo el día de Viernes Santo. Una lectura de aquella interminable caravana a paso lento que serpentea por la carretera de Covadonga connota una larga pro-cesión (o peregrinaje), hoy motorizado, a la montaña como lugar siempre más o menos sagrado, para estar más cerca del cielo que desde el valle. Y una reflexión sobre tantas cabezas de paseantes contemplando las cumbres misteriosas de Peña Santa (Peña Sacra, en la terminología medieval) ofrece algo a simple vista: las formas religiosas van cambiando sólo de nombre.
Los mismos lugares sagrados de siempre rodeados de nombres pre-rromanos (preindoeuropeos, indoeuropeos...) se siguen venerando hoy en los mismos parajes naturales: una vez más, varios milenios después, sigue la función de un paraje como forma de reencuentro con uno mismo, con la naturaleza, con aquella diosa o dios natural (el agua, la roca, la nieve, el bosque, la campera...), que cada uno y cada una fue construyendo a su medida desde la necesidad en su propio entorno (estrés, prisas de la ciu-dad, curación sicológica y física, en todo caso). No nos extrañe que siem-pre hayan sido imprescindibles las montañas, las aguas, las rocas, los mi-tos, los dioses..., tan abundantes en toponimia.
En los mismos parajes con nombres parecidos o transformados, se-guimos buscando los mortales paz, protección, fe, ilusión, salud, esperanza, misterio, agua, sol..., naturaleza pura, dios... Bien lo sabían las institu-ciones religiosas que, en consecuencia, fueron desarrollando un gran poder con el peso de las culturas y el paso de los tiempos . Xulio Concepción Suárez.
Desde que llegué a vivir al .l.lugar me llamó la atención la situación de estas cuadras, al principio sin yo saber que la pequeña era la antigua capilla. Después de enterarme que tenía un origen religioso llegué a tener la certeza en mi propia teoría de que aquel había sido siempre un lugar para la adoración a la montaña. Desde un tiempo en adelante, me dijo Manolo, porque antes vivían en las zonas más altas y sus ritos también se daban allí. De hecho, no hay más que subir para encontrar vestigios, la pena mi ignorancia, que no sé distinguir muy bien una cosa de otra. Pero sé que al menos hay un dolmen y varios restos de corros. La montaña en sí, tiene cara de sonrisa a veces algo maligna, sobre todo nevada y al anochecer. Sin nieve parece más simpática...Pero es sin duda una montaña atractiva, de peculiar perfil, con pinta de mujerona poderosa, de guardiana de la zona. A la vez amenazadora porque cuentan que un alud destruyó el pueblo y hubo que trasladarlo a su actual ubicación, más protegida pero menos soliyera. Por alguna razón que el tiempo fue diluyendo hasta desaparecer, los habitantes de Va.l.le la hicieron enfadar, y ella destruyó sus casas. Ahora, allí, sólo queda la pequeña capilla convertida en gallinero para recordarnos que antes tenían miedo y también fe. Que la naturaleza regía la vida de las personas en todos sus aspectos, y ellos, temerosos, le rendían culto.
Prometo pegar la foto en cuanto pueda.
(Extracto del artículo"Toponimia y poder religioso", Julio Concepción Suárez, publicado en la Revista Lucus, nº 3 (pp. 41-64),
Oviedo 2002)
Y el control de la esperanza: el mito, las leyendas, las ayalgas, los tesoros..., para seguir viviendo
En otras ocasiones, la toponimia está tejida de nombres mitológicos levantados para mirar desde ellos al cielo también. Como dice Miguel Delibes del cielo mesetario:
“Si el cielo de Castilla es tan alto,
es porque lo levantaron los campesinos
de tanto mirarlo”.
Los nativos, los lugareños fueron levantando en el tiempo numerosos lu-gares desde los que poder mirar su cielo también, por inaccesible y lejano que resultara en cada entorno concreto, siempre más o menos hostil. Mu-chos lugares llamados La Chalga, L’Ayalga, El Cochéu l’Oro, La Cueva l’Oro... mantuvieron hasta estos mismos días numerosas leyendas de mi-nas de oro y tesoros escondidos, en muchos casos reales; pero en los más, sólo el deseo más o menos frustrado de mantener la fe, la esperanza, la ilusión..., por encontrar un más allá aquí mismo en la tierra que nos saque de los trabajos diarios, de las faenas agrícolas, los escasos productos de la tierra.
En fin: el poder religioso reconvertido desde tiempo inmemorial
Muchos parajes llevan nombres religiosos, como se dijo (el río De-va, Xuviles, Piedra Xuevas...). En buena parte son nombres de divinidades prerromanas. La misma palabra dios se considera indoeuropea:*di‘us; sánscrito *dy~us; griego Zeús; latín arcaico, Diovis; latín Iovis. Y solía acompañarse de la voz indoeuropea *p~ter: di‘us p~ter, tal vez la personi-ficación del cielo, la bóveda celeste, como padre de todos los dioses; los fenómenos atmosféricos que en ella nacen.
Es evidente el caso de Bendueños, de raíz indoeuropea, según pare-ce: ya el mismo dios Vindos (‘el dios blanco, el sol’), sería pronto contra-rrestado con la presencia en el altos (justo sobre Bendueños) de Xuviles (las peñas Iuviles): la peña que atrae todos los rayos de la zona. De modo que si Vindos protegía de las enfermedades, Xuviles protegía de los rayos.
Y se fueron levantando santuarios cristianos. En el mismo entorno lenense, el dios Vindos pronto se transformaría en Vindos dominus (‘el se-ñor dios’). Y enseguida se hubo de cristianizar con una santa para que no hubiera ambigüedad posible: Santa María de Bendueños, santuario actual con una larga tradición de romeros, peregrinos, camín francés, novenas...
El mismo paraje del Santuario de Bendueños supone un dato más: al lado de la iglesia (protegida hoy con pararrayos) están La Martina y La Martinona: un par de fincas justo sobre un rellano en el que se recuerdan rayos hasta la instalación del pararrayos. Un posible caso más del culto a Marte: caso de Chao San Martín, Val Martín, Chamartín, Yana Martín...
Y al mismo tiempo contrarrrestaba en el valle del Güerna la presencia del otros dios prerromano de los rayos en el valle del Payares: La Pe-nasca Tárano. El dios Júpiter pronto se generalizó por estas montañas: Piedra Xueves (Teverga), Yuviles (Ponga), Xarraxuvín (Lluarca), Montevil (Xixón), El Sueve, Sobia, Gioves, Llue... Todos están en lugares altos.
Conclusiones: siempre los dioses cristianos tras los dioses pre-romanos
En principio, los dioses parecen sucesivos en el tiempo. Taraños-dios, de raigambre indoeuropea (‘el dios del trueno’), está junto a Juñéu (tal vez, del adjetivo Iunius, a través de *Iunietum, lo mismo que el mes de Xunio), como se dijo. Un picacho dedicado a Juno, esposa de Júpiter, dio-sa por tanto del cielo y de la tierra.
Dicen los pastores de Gamonéu que la collada de Tarañosdios es muy castigada por los rayos y las tormentas, lo mismo que la zona de Ju-ñéu, Coriscada, Carreazas... Todos ellos bajo El Mirador de la Reina ac-tual. Tarañosdios, indoeuropeo; Juñéu, céltico. Y se fue asentando La Virgen de Covadonga sobre las aguas de la cueva: el río que sacralizó la diosa Deva.
En otras ocasiones, aparece ya el dios cristiano frente a uno pre-rromano anterior. Parece el caso de Braña Dios, bajo El Picu Valmartín. Y es que Valmartín es la zona alta del cordal, muy castigada por los rayos en el decir de los vaqueros. Si el dios Marte protegía de los rayos en el pica cho cimero, la peña de Braña Dios, protegía también a los vaqueros unos metros más abajo en aquella campa cimera de Braña Foz (sobre Rubayer).
El enfrentamiento, aunque de otro tipo, se da sobre las profundida-des calizas del río Güerna, bajo Tuíza: frente al Seltu’l Diablo está La Pe-nasca Valdediós, con una larga tradición de aparciones de seres mitológi-cos en una y otra ribera del río.
En otro aspecto, El Campu’l Dios, sobre los abismos de Peña Rua-na, debía ser invocado como el lugar seguro de la mayada, del que los ga-nados no debían rebasar si no querían verse despeñados en Matadoriu: el precipicio que se descuelga sobre los abismos del Casañu. O frente a los altos de tarañosdios y Juñéu.
Hasta el turismo actual: la procesión a Los Picos de Europa, para contemplar los “altares” de Peña Santa
Hoy mismo se lee en la prensa que en las últimas vacaciones de Semana Santa 14000 visitantes colapsaron los lagos Enol y Ercina, sólo el día de Viernes Santo. Una lectura de aquella interminable caravana a paso lento que serpentea por la carretera de Covadonga connota una larga pro-cesión (o peregrinaje), hoy motorizado, a la montaña como lugar siempre más o menos sagrado, para estar más cerca del cielo que desde el valle. Y una reflexión sobre tantas cabezas de paseantes contemplando las cumbres misteriosas de Peña Santa (Peña Sacra, en la terminología medieval) ofrece algo a simple vista: las formas religiosas van cambiando sólo de nombre.
Los mismos lugares sagrados de siempre rodeados de nombres pre-rromanos (preindoeuropeos, indoeuropeos...) se siguen venerando hoy en los mismos parajes naturales: una vez más, varios milenios después, sigue la función de un paraje como forma de reencuentro con uno mismo, con la naturaleza, con aquella diosa o dios natural (el agua, la roca, la nieve, el bosque, la campera...), que cada uno y cada una fue construyendo a su medida desde la necesidad en su propio entorno (estrés, prisas de la ciu-dad, curación sicológica y física, en todo caso). No nos extrañe que siem-pre hayan sido imprescindibles las montañas, las aguas, las rocas, los mi-tos, los dioses..., tan abundantes en toponimia.
En los mismos parajes con nombres parecidos o transformados, se-guimos buscando los mortales paz, protección, fe, ilusión, salud, esperanza, misterio, agua, sol..., naturaleza pura, dios... Bien lo sabían las institu-ciones religiosas que, en consecuencia, fueron desarrollando un gran poder con el peso de las culturas y el paso de los tiempos . Xulio Concepción Suárez.
2 comentarios:
QUÉ GUAPO!
Pues sí. La religión se sustenta en el miedo y en la ignorancia. No lo podías haber dicho mejor. La Naturaleza siempre ha dirigido nuestras vidas, y allí donde no sabíamos explicarla, aparecía el hechicero de turno para salvaguardarnos del miedo a lo desconocido, creándonos otros temores y otras dependencias. La muerte es un ejemplo claro. Todas las religiones la explican a su modo y se adueñan de ella como producto estrella de presumibles vidas futuras.
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